Cuentos e Historias

Cuentos e Historias

Mamá!

Un 24 de julio, el cielo llamó a mamá. Recuerdo aquel día que viniste a visitarme, te acostaste y jamás despertaste. Ese boleto de bus quedó en tu cartera y jamás salió de allí. La butaca número 23 del bus 347 de Mendoza a San Francisco del Monte de Oro de aquel 24 de julio fue vacío ese día de 1995. Pasaron tres décadas, estoy en Ponta Negra de Brasil me asomo por mi ventana del piso 21 con vista al mar y oculta tras una gran nube me dices mamá Toya: «Fuerza Richi». Y hoy con mis piernas un tanto débiles y mi equilibrio comprometido te digo: «Voy bien vieja». Debo decirte que te llamó todas las noches mamá al dormirme desde hace 30 años. Seguirá pausadamente saliendo de mi garganta MAMA!

Cuentos e Historias

Chau Paya!

Terminó enero de 1980, parten los jóvenes del Monte de Oro con el bolso lleno de ilusiones a la facultad. Entre libros y apuntes quedan espíritus de aquel verano en San Francisco, atrás queda la guitarra afinada por los dedos Leti, que sube y baja los sones como un láser, el saíno panzón y el puñado de aventuras. Recuerdan que la tropa de la muchachada está de guardias esperando al primer ronquido de Aníbal, cuando lo larga la bandada empuja el móvil guitarrero. Aquella fantasía de jóvenes del valle de los chutunses es posible que sea una realidad, necesitan la complicidad de alguien que peine canas. Arman la salida y meten jóvenes como ganados vacunos en la camioneta.El coro de la muchachada sólo acompaña las musas cuando larga a viva voz un:”Adentro”- no tienen oído ni para tocar el timbre.La tertulia nocturna de aquella noche se complica, las coordenadas indican hablar con Paula. Aníbal sigue en su postura un tanto dura de hombre malo. Leti insiste una vez más en su mamá y al final seduce a Paya, para que enfrente al serio veterano con vestimenta verde con sombrero de paja para montar el tractor R40 rojo.La mami Paya ni dudó ante el pedido de los jóvenes guitarreros, la muchachada de jóvenes atrás de la ventana escucha la charla sin ser vistos, con su perfil docente habla con el veterano padre de la pandillera Clementina y lo sedujo a Aníbal. Fue determinante el hecho de que la guitarrera Leticia es nieta del carpintero español José María y recordó aquel vinito casero de historias de veteranos que terminan internados. La muchachada ya tiene en qué salir a la guitarreada, toca la clave de sol Leti y a las corcheas afina con el son diésel del escape lleno de humo negro de la camioneta que camufla la escenografía de aquella noche.Una madrugada de décadas después, está Richi de viaje, el mensaje de Leti lo paraliza, piensa que hay un error. Paula la cómplice de niños grandes de serenatas de 1980 abrió las alas el 27 de enero de 2025 y al cielo se echó a volar. Chau Paya le dicen con sus pañuelos.Sale al jardín y desde una nube bien blanca Paula levanta la mano y dice chau. Ella le dijo a Richi no cambies nunca muchacho, unas lágrimas cayeron de sus ojos y un profundo silencio se apoderó.Da un grito al cielo:“Chau mami cómplice de jóvenes inocentes”

Aventuras en mi caballo de fierro, Cuentos e Historias

Las cuatro fuerzas. – del libro «Aventuras en mi caballo de fierro»

A los 50 años me saqué la corbata entre medio de expedientes, compré una moto y casi sin saber conducirla con mi compañera nos pusimos los cascos y nos echamos a volar. Acá están los relatos de tres grandes viajes en motocicletas, días de lluvias, de frio, de calor y de viento que le pusimos el pecho. En una moto fuimos al Perú pasando por Bolivia 6.738 Km. En la segunda salida al sur a Usuhaia 7.669 km y en la tercera escapada con un caballo más robusto a Ecuador y Colombia 15.674 km. Espero que al leerlo viajen conmigo y disfruten de ellos. El primer nombre del libro fue: “El caballo de hierro” según indica la Real Academia de la Lengua, pero mi hermana Clementina del otro lado de charco me propuso: “Aventuras en mi caballo de fierro”, y José Hernández me dio una guiñada, me dijo ponedle así Richi. En Esmeralda donde termina Ecuador mientras esperamos la cena se acerca un hombre y me dice que si podíamos compartir la mesa. ¡Con gusto le respondí! Feliciano es un ingeniero de Quito, iniciamos una rica charla. Le informo que vamos a ingresar a Colombia por San Lorenzo costeando el Pacifico. Se produce un silencio y me informa que no es recomendable hacerlo por allí y que hace décadas está tomado por rebeldes. Que mejor vaya hasta la cordillera Central y entremos por Tumbaviro. Nos da una clase de su vecino de la selva, nos dice que Colombia en la década del ochenta, estuvo dominada por cuatro fuerzas. 2- Las FARC. Revolucionarios de izquierdas con sus propios códigos y lucha contra el estado para tomar el poder. 3- Los Pacos: que son los familiares de las víctimas de Pablo Escobar que, ante la indiferencia del estado que les tiene miedo, los obligaron a buscan justicia por su cuenta. 4- El ejército regular que son las fuerzas armadas de la república como en cualquier estado del mundo. Aún hoy sobreviven algunos grupos. Continuamos la charla y me informa Feliciano que estos grupos suelen pedir “colaboración” para sobrevivir, me indica que doble un billete de dólares en un bolsillo y que haga lo mismo en cada bolsillo, los equipos de motociclista tienen muchos bolsillos y en cada uno un billete doblado de don Washington que espere su turno conforme viene la movida. Siguiendo las instrucciones de Feliciano vamos en la moto hasta Parroquia de Tumbaviro y pasamos por la cordillera central y entramos a Colombia. La selva es tupida, al anochecer llegamos a Tulcan con sus tres casas en medio del tupido bosque, paro y un señor me dice ni se le ocurra seguir por el bosque en la noche. En una rustico hospedaje tenían una habitación con una tasa de inodoro entre las dos camas. Al despertar en la mañana seguimos entre árboles y curvas, en un momento viene un batallón de soldados con ropa que parecen recién salidos de la sastrería, como si fueran de la ONU con cascos y metralletas de última generación, nos levantan el pulgar derecho indicando que viene todo bien y yo respondo con mi pulgar. En aquella selva infinita, del otro lado del continente enero es invierno, llueve 300 días y los otros 60 días está por llover, a los gigantes árboles los atraviesan la fina ruta que parece un hilo, con pequeñas rectas y el puñado de curvas. Cuando salimos de otra curva del bosque viene caminando una tropa de barbudos con ropa destruida, calzados llenos de agujeros, con cadenas que cuelgan y con caños fabricaron armas caseras de groso calibre. El primero de la fila me levanta la mano apara que pare, yo a la 1.200 alemana del centenar de caballo la detengo, memorizo el orden de la ubicación de los billetes americanos en mi equipo. Saco el primero, pero el guerrillero de la FARC está inmutable, por mi mente pasa que quieren otra colaboración, le digo con tan noble causa y así más billetes. El guerrillero me dice que no quieren dinero, pensé dejarle la moto. Se pone a hablar bajito con otro de la misma especie con vestimenta desastrosa que parece ser el jefe. Se da vuelta y con la mano me indica parcamente que siga. Guardo los billetes y salgo con mi BMW hasta colocar la sexta marcha. Yo era defensor de Ingrid Betancur que la tuvieron estos guerrilleros seis años secuestrada en la selva. Veo al regresar a Mendoza que en ese mismo lugar a unos periodistas de Francia los tuvieron secuestrados dos meses hasta liberarlos. Una tropilla de moteros se da fuerza entre ellos, pero en una sola moto y con una mujer atrás no es fácil andar 15.674 km

Aventuras en mi caballo de fierro, Cuentos e Historias

El Petizo Orejudo en su ley – del libro «Aventuras en mi caballo de fierro»

Richi y Eli, en la cabaña guardan las provisiones. Por la tarde, realizan una visita a la Cárcel del Fin del Mundo. Richi conocía de su existencia por sus estudios jurídicos, ahora puede recorrerla en persona. Al entrar, despierta en él un recuerdo de sus días en el archivo del diario Los Andes. En una ocasión, un abogado había solicitado el tomo 126, un volumen antiguo y desgastado por el tiempo, que contenía crónicas sobre Cayetano Santos Godino, el infame “Petiso Orejudo”. Richi recuerda cómo el doctor Roberto, su profesor de Derecho Penal, había estudiado la vida de este personaje. Con sus gruesos lentes de lectura, hojeaba las páginas amarillentas de aquellos diarios centenarios con sus muñones de dedos amputados por habérsele congelado en sus tiempos de andinista. Le relataba a Richi con pasión la vida del Petiso Orejudo. El profesor mencionaba a Lombroso, el criminólogo que postuló teorías sobre las características físicas de los delincuentes: cráneos achatados, dedos largos, baja estatura. Y Cayetano, en su figura y acciones, parecía encarnar estas ideas. El profesor contaba cómo Cayetano, afectado por una niñez carente de amor, reaccionaba con celos violentos cuando veía a madres mostrando afecto a sus hijos. Este dolor se transformaba en actos terribles, como aquel día en que apuñaló a un niño tras irrumpir por la ventana de una casa. Las crónicas del archivo narraban cómo el crimen fue presenciado por el tío del niño, quien lo denunció. El Petiso fue condenado a cadena perpetua por una serie de crímenes horrendos. Como muchos otros reclusos peligrosos de la época y fue enviado a la cárcel de Tierra del Fuego. En las gélidas celdas de la penitenciaría, los presos encontraban consuelo en una pequeña mascota: un gato llamado Palito. Este animal, con su dulce ronroneo, se convirtió en el centro de atención y afecto de los internos. Pero Cayetano, atormentado por sus propios demonios, rompió ese frágil lazo de humanidad al descuartizar al gato con un cuchillo. El acto desató la furia de los prisioneros. Dentro del penal, existía un código inviolable: lo que era de todos debía ser respetado. La muerte de Palito llevó a la formación de un tribunal improvisado. Los presos más dolidos, liderados por el Tuerto Pérez y el Gaviota González, actuaron como jurado. En un juicio breve pero emocional, escucharon los alegatos del fiscal Cholo, quien terminó con lágrimas en los ojos, y del defensor Pelecho, conocido por su historial criminal. La sentencia fue unánime: justicia por mano propia. Cayetano Santos Godino, el Petiso Orejudo, fue linchado por sus compañeros de celda, cumpliendo así su destino en el infierno de la cárcel más austral del mundo. Mientras Natacha, la guía del penal, relata la historia a los visitantes, menciona que los niños fueguinos de su época eran asustados con el mito del Petiso Orejudo. “Si no se portaban bien, Cayetano vendría por ellos”, solían decir los adultos. Los estrechos pasillos y celdas vacías del penal, que alguna vez albergaron a los criminales más peligrosos de la Argentina, conservan un aura de terror. Richi reflexiona sobre cómo este lugar, despoblado hace décadas por sus condiciones inhumanas, fue un verdadero infierno en su apogeo. La historia de Cayetano Santos Godino queda como una lección sombría en la jurisprudencia argentina, un recordatorio de los extremos de la maldad y la violencia en un rincón olvidado del mundo.

Aventuras en mi caballo de fierro, Cuentos e Historias

La curva. – del libro «Aventuras en mi caballo de fierro»

Por la Quiaca entran a Bolivia. Pelusa levanta la vara de álamo que hace de tranquera, agacha la cabeza Loquillo y pasa con la moto y quedan oficialmente en las vías bolivianas. Los espera una huella de ripio, con altitud pronunciada y trazado elemental. De vez en cuando, pequeños buses pasan a su lado, levantando nubes de polvo que los cubren por completo. Loquillo mira por el espejo de su caballo con ruedas y ve que otro vehículo se acerca con claras intenciones de pasarlos. Sin ningún tipo de limitación, acelera la moto. La huella se va achicando poco a poco, el terreno empeora, pero logran superar a los colectivos que, entre el polvo, parecen casi invisibles. Una curva cerrada aparece frente a ellos. Loquillo intenta doblar sin reducir la marcha. La moto, sin embargo, da un giro inverso al que él pretende. Los dos salen volando y aterrizan en un montículo de tierra suelta. Sus cuerpos penetran en el bordo y desaparecen por completo del paisaje, como si la tierra los hubiera devorado. La maniobra provoca una gran nube de polvo. Los pasajeros del colectivo que venía detrás se arrojan del bus para auxiliarlos. Entre ellos se escuchan comentarios en aymara, pero los motociclistas no entienden nada. Con la ayuda de los pasajeros, logran levantar la moto, que apenas asoma entre el polvo. Pelusa, indignada, reprocha la maniobra. Ambos se sacuden el polvo y el susto, y continúan por la huella. Pasan por un arroyo seco y, al subir un borde ripioso, encuentran un rancho de adobe junto a un corral de ovejas. Un tendedero, sostenido por un alambre bajo, va desde el esquinero del corral hasta un puntal de la galería del rancho, que armoniza con el techo de paja. Loquillo y Pelusa deben agacharse sobre la moto para pasar por debajo del tendedero, asustando a las gallinas, que salen aleteando, seguidas por unos pavos flacos que hurgan la tierra en busca de insectos para su ración. La marcha continúa. Unas leguas más adelante, un colectivo se detiene en medio del descampado. Los pasajeros bajan corriendo: los hombres, de espaldas, ocultan sus partes pudorosas, mientras las collas, con sus amplios vestidos de colores, improvisan un escusado de campaña.

Aquellos dias felices, Cuentos e Historias

Bar “El Chivato” – del libro «Aquellos días felices»

En San Pancho, a una cuadra de la plaza, por una calle de tierra, se encuentra el bar “El Chivato”. En su fachada, un cartel de chapa un tanto oxidado con el nombre de don Regino es visible para todos. El interior del bar muestra un mostrador gastado y mesas de tablas que se mueven. Las sillas se adaptan al desgastado mobiliario. En la pared del fondo, se puede ver una mancha de humedad y botellas abiertas de vino tinto y ginebra verde cuadrada. Más atrás, se encuentran las botellas de licor dulce para el invierno. El piso de ladrillos está desgastado por los años y don Regino lo barre con una escoba. Utiliza un tarro de agua sacado del aljibe para regar y retocar el piso del salón. El cielorraso está cubierto de lienzo con manchas marrones de filtraciones de lluvia. Tres lámparas incandescentes suaves iluminan el ambiente, con cables resecados que les dan un perfil pálido. Los que pasan por la vereda no distinguen quiénes concurren al bar. Campesinos con sombrero toman unos tragos, llevando espuelas de plata en sus calzados de yute. Llevan el chicote atravesado en la cintura y un pañuelo de cuello cruzado en la espalda. Las charlas sobre vivencias del rancho son inevitables. En la cintura, se puede ver un facón con mango de plata, mientras que un asistente lleva una manta marrón doblada en el hombro izquierdo. En el árbol que está junto a la puerta hay un caballo atado por horas. Espera a que su dueño termine su última copa. Un grupo de niños en bicicletas entra pedaleando en la curva del bar. Quique no pudo controlar su bicicleta y chocó contra el zaino de Chacho que estaba atado en el olivo. Asustado, el caballo dió un salto y tiró una patada al aire, desaprobando la broma.

Aquellos dias felices, Cuentos e Historias

El baile del “Geniol” – del libro «Aquellos días felices»

El bandoneón de Don Paulino no puede estar ausente en el baile. Él es el músico de San Francisco con prestigio que trasciende a pueblos vecinos. En las tardes de enero, los parroquianos miran el almanaque con escritos en la pared para calcular cuántos días faltan para el carnaval, haciendo cuentas con los dedos. Arranca enero y Don Paulino practica bajo el pimiento del patio de su casa, repasando partituras. Una corchea queda remarcada con el lápiz para apurar la pieza. El bandoneón negro, bien lustrado con brillantes, ocupa el escenario de maderas gastadas por los años y la intemperie. Sentado, Don Paulino tiene en la falda a su nena de fuelle que abre y cierra, desplazando velozmente su dedo por las teclas para darle la nota justa. Eduardo acompaña con la guitarra y Pascal en la batería. Arranca el carnaval en febrero y su prestigio anima el baile de “Geniol” entre los parroquianos. Debajo del pimiento, las parejas felices pasan con sus últimas pilchas, creando un inolvidable carnaval. Serpentinas y globos dan vida a la noche estrellada. Sin embargo, rápidamente se nubla el cielo el viento sur trae un nubarrón. Truenos y relámpagos no se hacen esperar y la lluvia provoca una corrida en busca de refugio. Pasado el carnaval de verano, el baile de “Geniol” queda como historia. Los meses avanzan y llega el 4 de octubre, el día del patrono de San Pancho. El gobernador, con su chófer de corbata y el obispo son recibidos con camisas blancas y moños en el brazo izquierdo. Aprovechando la visita de los ilustres, Dominga bautizará a su niño, sosteniéndolo en brazos con la pañoleta que le tejió su tía Pocha. En plena ceremonia el obispo pregunta en voz alta: – ¿Nombre de la madre del niño? Se escucha una voz firme en la sala: -Dominga… ¡padre! Luego, el sacerdote pregunta: – ¿Nombre del padre del niño? Un silencio se apodera de la sala y nuevamente el obispo insiste: – ¿Nombre del padre del niño, he dicho? Entre lágrimas, Dominga responde lentamente: – ¡Una mascarita del baile de Don Paulino! El que personificaba al lobo, con grandes orejas y daba alegres pasos con la música resulta ser el padre de la criatura. El comentario del mes en la escuela y en cada rincón del pueblo es: «Pueblo chico, infierno grande», como dice Mabel en la esquina. Cuando nace un niño en San Pancho y no se conoce al padre, queda la costumbre de atribuirlo al lobo.

Aquellos dias felices, Cuentos e Historias

Coche de alquiler – del libro «Aquellos días felices»

En el pueblo de San Francisco tener un taxi era una fantasía. Las calles estaban llenas de autos, motos, caballos y bicicletas y no había taxis disponibles. Un día de otoño, Patón convirtió su auto con llantas de radios en un coche de alquiler. El cartel con letras desprolijas y esmalte chorreando decía: «Coche de Alquiler». El coche tenía la rueda de auxilio atada al guardabarros junto al conductor y una parrilla negra de hierro en el techo con óxido. Era un auto inglés de la Segunda Guerra Mundial, con el volante a la derecha. La pintura negra estaba cuarteada y tenía algunos arreglos hechos a pincel, resaltando los parches. Patón le agregó unos vivos blancos desprolijos con el pincel. Las cubiertas estaban bien negras, con los laterales blancos recién pintados. Patón esperaba en su coche la llegada del colectivo en la plaza. Estaba apoyado en la ventanilla con el brazo y silbaba para llamar la atención de los pasajeros despistados. El cartel blanco era visible. Acordaba el precio con el pasajero y luego subía al coche. Giraba la manija debajo del radiador para arrancar el motor. Si no funcionaba a la primera, insistía hasta que encendía. Las puertas delanteras se abrían de adelante para atrás. Los días de lluvia, Patón tenía asegurado el viaje de algún maestro. Mientras conducía, saludaba con bocinazos al lechero con su burrito, al cartero Lucho en su bicicleta repartiendo cartas y a otros conocidos que encontraba en su camino. A veces llevaba a un pasajero al almacén para hacer algunas compras. El coche de alquiler pasaba por las esquinas con bocinazos estridentes, generando comentarios sobre quién sería el pasajero. Cuando Doña Macacha del Tala llegaba tarde al colectivo con sus paquetes, siempre encontraba el coche de alquiler en lugares estratégicos. Patón hacía piruetas tras la tierra que dejaba el colectivo por el camino. Con astucia y adrenalina, lograba superar la nube de polvo y señalaba al chofer con la bocina y las manos para que se detuviera. Si tenía un pasajero, paraba para subirlo. La tarifa era unos centavos más cara que el colectivo, pero incluía el costo del combustible. Las hábiles maniobras por el terreno irregular para alcanzar el colectivo eran el valor agregado del servicio.

Aquellos dias felices, Cuentos e Historias

Mi mundo en la farola – del libro «Aquellos días felices»

En las oscuras calles de tierra de San Francisco, en solitarias noches, pasa el carro regador con el tractor, largando un chorro de agua. En la esquina, las patronas están con su balde junto al grifo de agua. La tormenta quemó la lámpara incandescente del alumbrado de la esquina, por lo que Richi sale en bicicleta para avisarle a Don Luis que lo cambie. Los vientos de noviembre sacuden el farol de un lado a otro, mientras las mariposas dan vueltas. Sus rayos de luz marcan el suelo en un círculo que da vida. Los niños andan en bicicletas y empujan carritos de madera. Juegan con figuritas y bolitas. Ese mundo de luz tiene vida propia. Con imaginación, se ven detalles de la jugada. Al anochecer, los niños salen en masa. Cuando pasa un auto, corren a la orilla para evitar la polvareda. El límite de la cancha es el rayo del farol. Los viejos postes de palmeras, torcidos por los años, sostienen los plafones verdes de chapa enlosada que cuelgan de ellos y marcan el paso de los atardeceres de San Pancho. El aislante de porcelana sostiene el alambre por donde pasa la corriente. Con el paso de los años, se hacen pozos en las calles y se colocan pilares de cemento en lugar de palos de palmera. Richi escucha el bullicio del motor de la usina desde su casa. El nuevo plafón emite un ronroneo. La luz violeta arranca y luego se llena con luz blanca de mercurio. Los niños ya no tienen su lugar. Las nuevas luces son más blancas, pero ya no hay juegos. El escenario de los niños, iluminado por la luz incandescente, desapareció. Se terminaron las jugadas de bolitas acompañadas por el giro de las mariposas y los carritos en las noches de cuentos. El armado del pucho con papel ombú y tabaco mariposa ya no son iguales. Se terminó aquel romántico atardecer del pueblo donde cada uno hacía su aporte.

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