La curva. – del libro «Aventuras en mi caballo de fierro»

Por la Quiaca entran a Bolivia. Pelusa levanta la vara de álamo que hace de tranquera, agacha la cabeza Loquillo y pasa con la moto y quedan oficialmente en las vías bolivianas. Los espera una huella de ripio, con altitud pronunciada y trazado elemental. De vez en cuando, pequeños buses pasan a su lado, levantando nubes de polvo que los cubren por completo.

Loquillo mira por el espejo de su caballo con ruedas y ve que otro vehículo se acerca con claras intenciones de pasarlos. Sin ningún tipo de limitación, acelera la moto. La huella se va achicando poco a poco, el terreno empeora, pero logran superar a los colectivos que, entre el polvo, parecen casi invisibles.

Una curva cerrada aparece frente a ellos. Loquillo intenta doblar sin reducir la marcha. La moto, sin embargo, da un giro inverso al que él pretende. Los dos salen volando y aterrizan en un montículo de tierra suelta. Sus cuerpos penetran en el bordo y desaparecen por completo del paisaje, como si la tierra los hubiera devorado.

La maniobra provoca una gran nube de polvo. Los pasajeros del colectivo que venía detrás se arrojan del bus para auxiliarlos. Entre ellos se escuchan comentarios en aymara, pero los motociclistas no entienden nada. Con la ayuda de los pasajeros, logran levantar la moto, que apenas asoma entre el polvo.

Pelusa, indignada, reprocha la maniobra. Ambos se sacuden el polvo y el susto, y continúan por la huella.

Pasan por un arroyo seco y, al subir un borde ripioso, encuentran un rancho de adobe junto a un corral de ovejas. Un tendedero, sostenido por un alambre bajo, va desde el esquinero del corral hasta un puntal de la galería del rancho, que armoniza con el techo de paja. Loquillo y Pelusa deben agacharse sobre la moto para pasar por debajo del tendedero, asustando a las gallinas, que salen aleteando, seguidas por unos pavos flacos que hurgan la tierra en busca de insectos para su ración.

La marcha continúa. Unas leguas más adelante, un colectivo se detiene en medio del descampado. Los pasajeros bajan corriendo: los hombres, de espaldas, ocultan sus partes pudorosas, mientras las collas, con sus amplios vestidos de colores, improvisan un escusado de campaña.

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