El baile del “Geniol” – del libro «Aquellos días felices»

El bandoneón de Don Paulino no puede estar ausente en el baile. Él es el músico de San Francisco con prestigio que trasciende a pueblos vecinos. En las tardes de enero, los parroquianos miran el almanaque con escritos en la pared para calcular cuántos días faltan para el carnaval, haciendo cuentas con los dedos. Arranca enero y Don Paulino practica bajo el pimiento del patio de su casa, repasando partituras. Una corchea queda remarcada con el lápiz para apurar la pieza.

El bandoneón negro, bien lustrado con brillantes, ocupa el escenario de maderas gastadas por los años y la intemperie. Sentado, Don Paulino tiene en la falda a su nena de fuelle que abre y cierra, desplazando velozmente su dedo por las teclas para darle la nota justa. Eduardo acompaña con la guitarra y Pascal en la batería.

Arranca el carnaval en febrero y su prestigio anima el baile de “Geniol” entre los parroquianos. Debajo del pimiento, las parejas felices pasan con sus últimas pilchas, creando un inolvidable carnaval. Serpentinas y globos dan vida a la noche estrellada. Sin embargo, rápidamente se nubla el cielo el viento sur trae un nubarrón. Truenos y relámpagos no se hacen esperar y la lluvia provoca una corrida en busca de refugio.

Pasado el carnaval de verano, el baile de “Geniol” queda como historia. Los meses avanzan y llega el 4 de octubre, el día del patrono de San Pancho. El gobernador, con su chófer de corbata y el obispo son recibidos con camisas blancas y moños en el brazo izquierdo. Aprovechando la visita de los ilustres, Dominga bautizará a su niño, sosteniéndolo en brazos con la pañoleta que le tejió su tía Pocha. En plena ceremonia el obispo pregunta en voz alta:

– ¿Nombre de la madre del niño?

Se escucha una voz firme en la sala:

-Dominga… ¡padre!

Luego, el sacerdote pregunta:

– ¿Nombre del padre del niño?

Un silencio se apodera de la sala y nuevamente el obispo insiste:

– ¿Nombre del padre del niño, he dicho?

Entre lágrimas, Dominga responde lentamente:

– ¡Una mascarita del baile de Don Paulino!

El que personificaba al lobo, con grandes orejas y daba alegres pasos con la música resulta ser el padre de la criatura. El comentario del mes en la escuela y en cada rincón del pueblo es: «Pueblo chico, infierno grande», como dice Mabel en la esquina. Cuando nace un niño en San Pancho y no se conoce al padre, queda la costumbre de atribuirlo al lobo.

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